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Dichosas notas

Termina el curso, y el alumno llega a casa con los “resultados”. Unas notas o calificaciones más o menos buenas, brillantes en algunos casos, negativas en otros. Y de acuerdo con esas notas surgen inevitablemente las comparaciones y los “rankings”, comparaciones que se establecen en el centro educativo entre los alumnos de la clase, en casa entre los hermanos y hermanas, en la escalera de la comunidad y hasta en el supermercado.

¿Tienen las notas el valor que les damos? Pienso que las notas son un mal necesario. Hay que evaluar, valorar, calificar los resultados del curso, por supuesto. Pero el mal surge cuando no sabemos interpretar esas notas, y extraemos conclusiones precipitadas y equivocadas, siendo una de las mayores  equivocaciones calificar al alumno o alumna en inteligente o no inteligente en función de las notas del curso. Porque las notas no miden la inteligencia. Con un cierto esfuerzo y una buena memoria no es difícil conseguir unos resultados brillantes.

La inteligencia es algo mucho más complejo. Howard Gardner, psicólogo norteamericano de la Universidad de Harvard, escribió en 1983 ‘Las estructuras de la mente’, un trabajo en el que consideraba el concepto de inteligencia como un potencial que cada ser humano posee en mayor o menor grado, planteando que ésta no podía ser medida por instrumentos normalizados en test de coeficiente intelectual,  y ofreció criterios, no para medirla, sino para observarla y desarrollarla.

Según Gardner, la inteligencia es la capacidad para resolver problemas o elaborar productos que puedan ser valorados en una determinada cultura. Propuso varios tipos de inteligencia, igual de importantes: la inteligencia lingüística -propia de  los escritores y poetas-, la inteligencia lógico-matemática -fundamental en científicos y filósofos-, la inteligencia musical, la espacial -para el diseño, la arquitectura, ingeniería, escultura, cirugía o marina-, la inteligencia corporal o capacidad de controlar y coordinar los movimientos del cuerpo y expresar con él sentimientos, la inteligencia interpersonal-social o capacidad para entender a las demás personas con empatía,-típica de los buenos vendedores, políticos, profesores o terapeutas-, la inteligencia naturalista que nos permite observar y estudiar la naturaleza…

Recuerdo de manera especialmente grata la clase en la que explicaba todo esto a mis alumnos y alumnas. Trataba de hacerles ver que todos y todas somos inteligentes, que tenemos que descubrir y aprovechar para nuestro futuro esas cualidades, y que las notas miden lo que miden –memoria y esfuerzo, sobre todo-, pero no otras muchas cualidades que poseemos sin duda y que tenemos que descubrir. Y en la expresión feliz de los rostros de algunos alumnos comprobaba que, al descubrir que ellos también eran inteligentes, estaban recuperando su autoestima perdida.

Las notas brillantes no garantizan un futuro profesional de éxitos, ni las malas notas nos permiten augurar un futuro preocupante. ¿No lo confirma también vuestra experiencia?

José Ramón Arrizabalaga es ex-profesor de filosofía

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0 Comentarios

  1. yo

    En algun sitio lei que nos enseñan a obedecer. Creo que aunque muy dificil lo que escribes es lo ideal. Me gustaria añadir que los padres estamos deseando dejar a nuestros hijos con los profesores y estos estan deseando de devolverlos a sus casas. Tambien me llama la atencion que el colectivo importante, poderoso y unido de profesores disfruta de demasiadas vacaciones y esto repercute en que las materias muchas veces o casi siempre se las meten con calzador a los chavales. Con el sistema actual, la actitud de los padres y la de los profesores; lo que con buen criterio describes es imposible. Zorionak

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