13 horas que asesinan

Inocencio Alonso, un ertzaintza de 50 años, murió fulminado por un infarto en los disturbios ocasionados por ultras en los alrededores de San Mamés, cuando llevaba 13 horas seguidas de trabajo en aquel infierno de bengalas, golpes y tensión.

13 horas seguidas de trabajo, protegido por un equipo que, según ha comentado una compañera de Inocencio, casi asfixia a los que lo llevan, sometido a una tensión excesiva, en el momento en que una bengala pasó casi rozándole…

Por lo visto, trabajar 13 horas seguidas en esas condiciones está dentro de la legalidad y del convenio laboral. Autoridades y responsables de estas leyes y de la defensa del orden público no se sienten culpables de la muerte de Inocencio.

Es verdad que, con el paro que hay en nuestro país, la autoridad laboral y los convenios no deberían permitir el abuso de las horas extra, que por cierto a veces ni siquiera son pagadas. Lo cual mejoraría los ingresos de la Caja de las Pensiones que anda en números rojos, y fomentaría el empleo.

Es verdad que el secretario general de la Ertzaintza, Roberto Seijo, ha denunciado llevan 10 años metidos en operativos chapuceros de vigilancia de San Mamés, expuestos a riesgos como este que causó la muerte de Inocencio Alonso, y que nadie toma medidas para mejorar esos operativos.

Es verdad que la práctica de horas extra en las empresas está muy extendida y amparada por una Ley de Reforma laboral que casi todos denuncian y quieren cambiar, pero desde el Gobierno no tienen ninguna prisa en corregirla.

Es verdad que el exceso de horas seguidas en el trabajo supone un riesgo grave y está en el origen de accidentes y muertes en horarios de trabajo.

En este panorama laboral, en este vacío de leyes justas, en este universo de desempleo, muertes en el trabajo y desbarajustes, las autoridades presiden en primer fila todas las pompas fúnebres y firman todos los pésames que haga falta.

Honorio Cadarso es periodista