“Las prisas no nos funcionan; nos gusta trabajar a fuego lento”

Anita Maravillas comenzó como un modesto proyecto de títeres que “se acabó liando”, hasta el punto de celebrar 20 años de andadura. Nacido de las manos de la zornotzarra Miren Larrea y la chilena Valentina Raposo, su ambición inicial era experimentar con la técnica y contar buenas historias. En eso, no han cambiado. Y lo mostrarán a partir de mañana en el Zornotza Aretoa, donde repasarán su trayectoria con tres de sus obras más conocidas.

Larrea y Raposo se conocieron en el taller del maestro titiritero Pepe Otal, en el Raval, un espacio singular donde convivían creadores de Francia, Alemania, Italia y muchos otros países, atraídos por la libertad creativa que ofrecía aquel rincón barcelonés. El entorno propiciaba el intercambio de técnicas, estilos y trayectorias. “Había un movimiento de tradiciones titiriteras de todo el mundo en muy poquito espacio. Allí el aprendizaje era rápido”, recuerda la zornotzarra.

Pero el trabajo conectó. El público respondió y pronto comenzaron a llegar comentarios y propuestas. “Se nos acercaba gente diciéndonos que por qué no nos animábamos a trabajar con un lenguaje más familiar, donde encajaran todos los públicos. Nos lanzamos y, desde entonces, ahí seguimos”, señala.

Pero antes de Barcelona, antes incluso de los títeres, Larrea ya había explorado su vínculo con la escena. “Empecé como cuentacuentos. Pero desde pequeña me había gustado el teatro y en el instituto me apunté a un taller organizado por Markeliñe”, detalla. De ahí, y animada por un compañero titiritero, recaló en la compañía Taupada, de Elgoibar, con la que dio sus primeros pasos profesionales.

En el taller impartido por Pepe Otal nació Anita Maravillas. Primero como una exploración, luego con una mayor visión de futuro. Durante años, Larrea y Raposo compaginaron su propio proyecto con colaboraciones en otras compañías a lo largo de un proceso de profesionalización que fue muy gradual.

“No sé si tenía en mente hacerme profesional, simplemente trabajábamos e íbamos creando un oficio. Después tuvimos la suerte de que nos empezaban a hacer propuestas, ofrecer colaboraciones… Y casi sin darte mucha cuenta, ya te dedicas a esto”, indica.

Técnica y dramaturgia

Quien haya visto uno de sus espectáculos sabrá que el trabajo de la compañía se reconoce por su estética cuidada, por el ritmo poético y visual de sus escenas, y por la presencia de una historia sólida como motor. Aunque al principio, “teníamos mucha ansiedad por aprender todas las técnicas y ver cómo nos manejábamos con la marioneta de hilo, el títere de mesa, un bunraku [marioneta japonesa] grande…”, enumera.

Superada esa fase inicial, la compañía empezó a centrarse en la historia a narrar o, como lo define Larrea, “la mecha de todo nuevo proyecto”. Hoy, la dramaturgia es el eje alrededor del cual se organiza todo lo demás. La escenografía, los títeres, la iluminación, el ritmo, todo se articula en función de lo que se quiere contar.

Descubrir los títeres definitivos “es una maravilla, somos como una niña que abre sus regalos”

Un giro metodológico que también vino acompañado de un cambio en la estructura del grupo. El punto de inflexión llegó con Portal 71, una productora bilbaína con la que empezaron a trabajar y a partir de la cual se incorporaron al equipo Iván Alonso y Jon Chávez. A partir de ahí, la compañía pudo asumir otras dinámicas de gestión y encarar cada nuevo proceso con más seguridad.

“A nosotras las prisas no nos funcionan; nos gusta trabajar a fuego lento”, afirma Larrea. El proceso de creación de cada espectáculo se alarga, como mínimo, dos años. Durante ese tiempo, se trabaja en paralelo en el desarrollo de la historia, en el diseño del espacio escénico, en los ensayos y, por supuesto, en el taller de construcción.

La responsable principal de esta parte es Raposo. Aunque ambas comenzaron construyendo juntas, hoy es ella quien asume principalmente ese rol. “Siempre que llega el resultado final es una maravilla para la compañía ver lo que Valentina ha estado creando. Cuando abrimos las maletas somos como una niña que descubre sus regalos”.

La pequeña Leonor

Al preguntarle por un personaje especial, uno que represente estos veinte años, Larrea reconoce que es “muy complicado” pero tampoco duda demasiado y se decanta por su primera creación. “Escogería a Leonor, una niña pequeña de un espectáculo que teníamos para público adulto. Era un títere muy sencillo, con unas articulaciones no muy bien acabadas”, describe. “Todo el encanto residía en el movimiento y la manipulación. Y aprendimos muchísimo con ella. Tanto a improvisar como a trabajar juntas, porque Valentina y yo nos acabábamos de conocer”.

Ahora mismo, el equipo está inmerso en la creación de su próximo espectáculo: ‘Tretatxu’, una obra basada en la historia de un bandolero vizcaíno cuyo estreno está previsto para octubre de 2026, cómo no, en el Zorno­tza Aretoa. “Este verano nos toca encerrarnos en el teatro y trabajar fuerte esta última fase de la producción”, avanza Larrea.

Entre tanto, siguen llevando a escena sus obras anteriores, combinando la vida de gira con la investigación escénica. Los premios y el reconocimiento, cuando llegan, se reciben como lo que son: un momento “para parar, respirar, mirarnos y ver que todos los esfuerzos que realizamos para mejorar y los retos que nos planteamos en cada nueva producción, de alguna forma, se han entendido”.