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Phicadanco (quererse a sí mismo)

Marcelo no podía dejar de elevar la vista cada vez que pasaba por el callejón junto a la torre. Habían vuelto las cigüeñas y estaban preparando ya sus nidos. Verlas era para él, como si mirase hacia atrás evocando un tiempo en el que, más joven, sus prejuicios le habían convertido en esclavo de conductas detestables.

Cuando esto sucedía, caminaba inseguro, desnortado, hasta el momento en que sus ojos aterrizaban otra vez en el ahora. Sobre aquella atalaya pétrea, un fantasma de su pasado continuaba paseándose por delante de su nariz. Vivía obsesionado con los acontecimientos en los que tan equivocadamente había tomado parte unos años antes.

En el parque, atento a las evoluciones de su hijo con el triciclo, a menudo se sentaba en un banco junto a una sonriente señora que sujetaba el ???buggy??? con un mulatito de ojos azabache. Rondaría la treintena y estaba radiante. ??l los observaba a ambos con cierto interés no exento de una sana envidia.

Cualquier día pudo ser, que la situación tenía que permitir que entablasen una conversación para, poco a poco, transmitirse confidencias: ella no había llegado a casarse pero se sentía una madre feliz, y Marcelo estaba separado y su fracaso era evidente: probablemente no podía querer a nadie porque no se quería lo suficiente a sí mismo.

– Lo sucedido no tiene solución -le recalcaba Paule en más de una ocasión- tomasteis una decisión errónea y no debes empeñarte en buscar culpables.

Marcelo estaba dejando escapar el presente con una sensación corrosiva y destructiva que le paralizaba -llámalo responsabilidad y no culpa y aprende a perdonarte. Mírate y trata de encontrar causas en lugar de culpas. -¿Sabes?, fortuitamente, mi compañero falleció en el mismo lugar, al caerse desarrollando su trabajo, pero la realidad está ante nosotros y tenemos que afrontarla. Aquí me tienes, viuda y con un churumbel, y no me voy a detener.

No le faltaba razón a Paule cuando le animaba a dejar de lado semejante acritud que hacía referencia al pasado, algo que ya no está y que no tiene arreglo -¡hazlo!, porque de lo contrario te perseguirá durante toda tu existencia y significará que te asusta vivir- aquello fue un episodio que cambió más de una vida, pero que ya no tenía remedio. Torturarse no servía de nada.

Una actitud contagiosa la de Paule, que a Marcelo le hacía plantearse muchas preguntas.

Hasta que un día, el hombre erróneo, le confesó que se estaba dando cuenta de que la mejor terapia era tener una buena amiga. Dando un paso al frente le propuso:

-¿Qué te parece si nos tomamos un chocolate y luego nos vamos a bailar por ahí?

                                                                                           (¿Continuará?)

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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