Sale un grupo de retoños de las escuelas de Landako. El maestro ha decidido que hoy la clase será al aire acondicionado bajo el sol.
Me cruzo con ellos antes del paso de cebra, cuando de pronto una castaña cae del árbol rozándome la oreja izquierda. Todos lo han visto.
La alfombra que se ha formado a lo largo de las aceras dificulta el andar, sobre todo de las personas de mayor edad. El patinete de los niños tampoco rueda como debiera.
Al cabo de un rato y de regreso, me encuentro a la cuadrilla con su tutor sentada en el suelo de la plazoleta del bloque de viviendas.
Extrañamente estos seres diminutos saben leer y dibujar, y cuando creen que se han equivocado usan el borragomas.
Me he acercado a ellos. Están describiendo lo que ven a su alrededor: la panadería, la taberna, una peluquería. Luego una lista de cosas que se pueden encontrar en cada uno de esos establecimientos. Está bien que los niños sepan que además de hipermercados y grandes centros, existen las tiendas de barrio.
Me he arrimado tanto, que al verme, una de las chiquillas le ha preguntado al profesor:
-Nor da gizon hori?
El irakasle ni corto ni perezoso le ha contestado:
-Newton jauna.
No se ha producido ninguna reacción. Les hubiera sido chistoso oír tal vez Tito Sugus.
Al final de mi recorrido y ya en casa, he sacado un par de conclusiones:
Existen dos leyes de la gravedad, al menos en mi pueblo. La que todos conocemos por la caída de la fruta y la inversa, esa maldita norma que hace que cuando pisamos una baldosa suelta, el agua enlodada que esconde nos pringue los zapatos y los pantalones.
Bien es cierto que la segunda es más importante aún, ya que he descubierto que los niños del siglo XXI aún saben hablar y escribir, y no lo hacen mirando a un pequeño tablero electrónico.
Ya ves lo equivocado que has estado estos ultimos años.
No sé si tu comentario es una provocación. Me has dejado inmerso en un mar de dudas. De cualquier manera, descuida que no me voy a ahogar. Peores tragos he pasado.
Polita!