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Igualdad

En vísperas del 8 de Marzo,
Día Internacional de la Mujer,
reflexiono acerca de la igualdad, mejor
dicho, sobre el significado del
término. El sentido de las
palabras y, sobre todo, los efectos que
producen son en los últimos
tiempos objeto de mi interés.
Interés científico,
dijéramos.

Dada la profesión que he
desempeñado durante muchos
años, la de periodista, las palabras
han sido la materia prima de mi
producción. En esa etapa me
preocupaba (y lo sigo haciendo)
básicamente del significado que
les otorga el diccionario y su correcta
disposición en el texto para que
éste refleje lo mejor posible
aquello que deseo relatar.

Ahora, que me dedico
también al coaching y al
entrenamiento en la meditación
de la atención plena
(Mindfulness), las palabras han adquirido
para mí una dimensión
más profunda. Lo que importa no
es sólo su valor objetivo, sino el
particular sentido que cada persona les
da y el impacto emocional que producen.

La cuestión ha sido
investigada y ensayada desde tiempos
remotos y la publicidad se encarga ahora
de explotarla al máximo, mientras
otros creadores de opinión y
tendencias pierden influencia.

Estamos en manos de quienes sepan
utilizar las palabras en su beneficio. De
las grandes corporaciones que nos
bombardean con mensajes directos y
subliminales para capturar nuestras
voluntades. Estamos a merced de
quienes utilizan las palabras para
soliviantarnos. Y… ¡Ufff! Es
complicado defenderse de esto. Se
requiere aprendizaje, madurez y
consciencia.

Dicho esto, ¿qué
podemos señalar del
término ‘Igualdad’?
El concepto tiene también un
origen antiguo, y, en general, se ha
ceñido siempre a la esfera legal.
Actualmente se ha convertido en un
derecho que reconoce a todos los seres
humanos como iguales ante la ley sin
discriminación de ningún
tipo…

Si echamos un vistazo al panorama
general del planeta, vemos que estamos
muy lejos de conseguir ese noble fin. No
ya sólo para las mujeres,
doblemente discriminadas como mujeres
y como pobres (materialmente
hablando), sino para los seres humanos
en general.

Y no parece que la situación
vaya a mejorar. Fijémonos en
que el Gobierno central está
utilizando la palabra
‘invasión’, una
bomba de relojería emocional,
para seguir perpetrando tranquilamente
los ataques a los derechos humanos a
los que, día sí y
día también, asistimos
con estupor en torno a la valla de
Melilla.

Si observamos la legislación
del Estado y europea, se puede decir
que la igualdad legal entre hombres y
mujeres es prácticamente un
hecho, de modo que el objetivo se
podría considerar cumplido. Pero,
como dice el refrán,
“hecha la ley, hecha la
trampa”, la injusticia no entiende
de Derecho (con mayúsculas) y
brega siempre por imponer su propia ley.
Así se entiende que, como
informaban recientemente los medios, la
brecha salarial entre hombres y mujeres
alcance casi el 23% y nosotras
tengamos que trabajar 84 días
más al año para ganar lo
mismo. Aquí y ahora.

¿Qué indicaría
este dato, qué vivimos en una
igualdad desigual? ¿O
quizás en una igualdad ficticia?
Si dejáramos la
valoración en manos de nuestros
representantes políticos,
expertos en eufemismos, idearían
algún concepto
extravagante. Dirían por ejemplo que
vivimos en una situación de
‘Equivalencia
dinámica’: hoy te doy un
derecho, mañana te lo quito. Y
tan tranquilos… Aquí no ha
pasado nada.

Mertxe Arratibel es periodista en andra.eus

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