Existe vida más allá del euro

El terremoto de las elecciones en los Estados Unidos de América no lo ha sido tanto. Si me apuran, su desenlace final ha impactado en la vieja Europa bastante menos que el huracán que acaba de recordar a los neoyorquinos que están sujetos a los avatares de las fuerzas de la naturaleza, como cualquier insignificante ser humano, aunque crean formar parte del mismísimo centro del Orbe.

Si me apuran, ha pasado lo mismo que en Euskadi. Las expectativas se han cumplido. Y no es de extrañar, porque en épocas de crisis, el sufragio pragmático se abre paso a bocados, no en vano la prioridad de los electores pasa por tratar de asegurar la satisfacción de sus necesidades básicas y la capacidad o la aptitud para la gestión de la res pública se valora por encima de todas las otras cosas.

Pero no nos llevemos a engaño. Detrás de la confección de los presupuestos de las administraciones públicas, subyace, de un modo más o menos explícito, el ideario de los grupos parlamentarios que aspiran a aprobarlos y a ejecutarlos.

Es cierto que, cada vez más, vivimos en un Estado de tecnocracia que, además, viene impuesto como una consecuencia lógica de la adscripción de los estados a espacios políticos y económicos más amplios, como pueda ser la Unión Europea. E impresiona que nada bueno puede existir, o subsistir, al margen del abrigo comunitario y de la unión monetaria, que es el elemento vertebrador de la eurozona.

Sin embargo, y recordando el célebre ‘We can’ del primer Obama, que tantas voluntaristas expectativas programáticas nos creó, para, a posteriori, incumplirlas descaradamente, sí creo posible crear y mantener estados de verdadero bienestar, libres de la dictadura del Banco Central Europeo. Miren si no hacia lo que yo llamo países milagro que han hecho de la prosperidad su bandera, y que para más inri no dependen de Mario Draghi.

Cada vez que se hace pública una clasificación de países en los que existe una mayor calidad de vida, siempre aparecen, en los primeros lugares, los suecos y los noruegos, y eso a pesar que prácticamente no ven los rayos del sol durante cuatro meses al año. Los primeros son, como Gran Bretaña, miembros de la Unión Europea, pero no adoptaron la moneda única. Los noruegos ni siquiera son socios de tan selecto club. Como tampoco lo son los suizos, que, contumaces ellos, siempre se encaraman también a lo más alto de las listas del buen vivir. Como lo hacen siempre los canadienses y los neozelandeses, con tanto territorio y tantos recursos para tan pocos habitantes, que dan lugar a que no falten servicios ni sistemas de protección para casi nadie.

Pensarán que se me ha ido la pinza y que esto último nada tiene que ver ni con los procesos electorales ni, mucho menos, con los huracanes. Lo que ocurre es que he empezado a divagar como consecuencia de la inminente convocatoria de las elecciones catalanas y de la cruzada que ha iniciado el señor Artur Mas i Gavarró en el corazón de Europa frente al centralismo jacobino e irredento que está instaurado en Bruselas. Y, claro, no he podido sino hallar un camino para llegar a la conclusión que, sin euro, también se puede vivir.

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango