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El primero de los sentidos

Desde el amanecer de la humanidad,
mujeres y varones estamos solos, juntos,
revueltos y no, convivimos, nos separamos y
coexistimos en sociedad, aunque en ocasiones
sólo vemos a algunos vecinos de portal cada
tres meses porque no coinciden nuestros
horarios de idas y venidas.

Juzgar
a los demás es inconveniente por las
consecuencias que pueden derivarse, aparte de
conducirnos a equívocos. Pecaminoso, ¡pero
nos gusta tanto pecar!

En el
pueblo, cuatro comercios con cristaleras de
considerables dimensiones, tras las que se
observa el trajín de mujeres mayormente. Y
siempre que paso, me quedo mirando a alguna
de ellas en concreto. Requiere la necesidad
verme obligado a entrar en uno de aquellos
establecimientos para adquirir un sí sé qué.

Y sucede que la morena, para la
ocasión, se arriesga a comentarme que ha
notado mi paso frecuente por delante de la
tienda y me quedo mirándola un puñado de
segundos. -¿Eres un poco descarado, no?-
continúa.

Descolocada, sabe
contestarme únicamente: -¡ahhh!-cuando le
explico el motivo:

-Te miro por la
misma razón por la que me detengo para
apreciar un cuadro de El Greco o Van Gogh en
una galería de arte. La belleza es para
contemplarla. ¿De qué te serviría tener un
collar de perlas o una piedra preciosa si en
lugar de lucirla, la guardaras en la caja fuerte
de un banco? ¿No te parece una estupidez?

Es obvio que no me queda más
remedio que conformarme con mirar ya que
para descubrir la otra belleza, la interior, se
necesita algo más que un par de ojos.

Pensárase en los sueños de un seductor
la respuesta esperada, algo así como: -Bueno,
será porque no te lo has propuesto todavía-.
Eran eso, fantasías de un peliculero.

Pero yo he entrado allí para comprar un par
de gafas de sol. Con la primavera aparece la
alergia al polen y me aconseja utilizarlas.

El tordo que habita el nido frente a la
palmera de mi casa se deja contemplar. Se
arrima al banco verde, desde donde observo
sus evoluciones: picotea las migas de pan que
he dejado caer cerca de mí. No sacaré mi
teléfono-cámara-ordenador móvil para
fotografiarlo. Simplemente presencio sus
revoloteos y sus cortos saltos-vuelos a ras del
césped. Por cierto, el zorzal es gregario y
monógamo, como la mayoría de nosotr@s.

Vuestro tiempo empleado leyendo
este post, no tratéis de perderlo en buscar la
conexión entre el primer y último párrafo
porque son productos de mi magín que voy
dando forma y tecleando según van
apareciendo. Aunque nexo, haberlo háylo.

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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