Cuando fuimos pobres

Nuestro paso por el tiempo se convierte en un viaje, y al punto me reencuentro con aquellas imágenes que quedan grabadas en nuestras mentes cuando montábamos en el “tren playero” y reteníamos trozos del paisaje entre Durango y Deba.

La localidad gipuzkoana era el destino dominical de la clase obrera desde nuestro pueblo, pasando por Ermua y Eibar hasta llegar justo al borde de la playa.

A veces también cogíamos la dirección contraria y por Amorebieta nos íbamos hacia Gernika. No olvido “la chocolatera” que funcionaba aún durante mi más tierna infancia.

Era imprescindible cerrar todas las ventanillas cuando la locomotora entraba en los túneles para que no se te quedase la cara pintada de carbonilla.

Landako era una parada ocasional para los trenes que circulaban fuera de su horario. Los semáforos al par de “La Achicoria” nos permitían controlar y definir los diversos convoys: “el correo de las 7”, “el mercancías de las 11”, “el pullman de las 10”.

Era allí, junto al muro del chalet de Sabas, luego denominado “casa de Drácula” por las pandillas de chavales con tiragomas, remiendos en los pantalones y los mocos colgando, donde se detenía y el ferrocarril cortaba el camino de grijo a casa por unos instantes.

Imborrable para mí aquella escena de la camada de gatos con los sesos reventados al borde de la vías al pie de la pared, obra del bruto del barrio. Decía que era mejor matarlos que dejar que se murieran de hambre.

Recuerdo que a veces mi padre saltaba del tren en marcha cuando ralentizaba su velocidad a causa del semáforo rojo, que indicaba que el paso a nivel de Ermodo seguía abierto. Venía del trabajo desde la GAC, entonces en la villa armera, junto con otros muchos obreros. Brincaba desde las escaleras de acceso a la plataforma y se ahorraba el paseo de la estación hasta casa.

Nos peleábamos por ir junto a la ventanilla en aquellos asientos de listones de madera barnizados, la mayoría de las veces mugrientos. Tampoco me equivo al afirmar que había más educación que ahora. Cualquiera de nosotros, imberbe, había aprendido a ceder su asiento a las personas ancianas o señoras gordas, sin discernir aún si su voluminoso cuerpo era el de una mujer embarazada.

Soplan aires nuevos, aunque sigan siendo del mismo lado. Hay planes y planos para derruir un vestigio de encuentros y desencuentros, de novias que te han dado el plantón, de la tía Loli que llega con el regalo de tu cumpleaños, de soldados que vuelven a Garellano para terminar la puta mili.

Quizás tendría que haber comenzado esta historia de otra manera pero no sabría. Mañana llega el AVE y, a su paso, Durango será otro trocito de paisaje, otro barrio de Bilbao.

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.