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Apoteosis o apocalipsis

Asomados desde el balcón de nuestro Presente, vislumbramos en el futuro de la humanidad, a lo lejos, un universo abierto por igual a la debacle y al paraíso en la tierra.

Debacle de un planeta destrozado por la contaminación ambiental, el calentamiento global, el agotamiento del agua en una gran extensión de las tierras hoy habitables, y por el dominio de los robots creados por el progreso que serían capaces de someternos a sus caprichos.

Paraíso porque desde antes de nacer estaríamos en condiciones de engendrar seres humanos perfectos, físicamente sanos, intelectualmente superdotados, hermosos, inmunes a todas las enfermedades, incluso inmunes a la muerte, inmortales. Las máquinas, los robots, mejor dicho, conducirán nuestros coches y nos llevarán y traerán a donde les ordenemos, nos prepararán los menús que nos apetezcan, nos ofrecerán los conciertos y los espectáculos de nuestro gusto, nos lo darán todo hecho, molido y apañado.

Alguien, concretamente el escritor israelí Yuval Noah Haarari, se ha atrevido a decir que al Homo sapiens que somos hoy suecederá el Homo Deus, y así se realizará la promesa de la serpiente a Eva y Adán en el Paraíso terrenal que nos cuenta la Biblia.

Todo este porvenir que se abre al género humano según los augures del presente se inscribe en una clave de evolución netamente neoliberal y capitalista, bajo la normativa del FMI y el Banco Mundial, Wall Street y la City de Londres. No caben en el devenir de nuestra raza de Homo Sapiens otra variantes que las que nos marcan esos raíles estrechos por los que debe circular el tren en el que viajamos hacia el infinito…

Así de primeras, surgen varios problemas e interrogantes: ¿cuántas personas podrán alcanzar y disfrutar ese paraíso? ¿Quizás solo los que situados en la cumbre de las finanzas y la riqueza personal tendrán suficiente dinero para pagarse estos lujos? ¿Y los que no tengan suficientes ahorros, qué será de ellos?

Pero aún hay más. A lo mejor a la vuelta de la esquina, a un gobernante norcoreano o presidente de este o aquel país con su arsenal de bombas nucleares, se le va la olla y aprieta el botón del holocausto nuclear, y saltamos todos en trocitos al espacio. O la tierra, harta de verse ninguneada y maltratada, nos suelta un tsunami y revienta por todas sus costuras.

Y otra todavía más peliaguda: si los que alcancen la inmortalidad sobreviven siglos y siglos, eternamente, ¿cuántos cabrán en nuestro planeta, qué haremos con nuestra capacidad de engendrar sucesivas generaciones una tras otra, y así indefinidamente? ¿Tendremos quizá que resignarnos a la esterilidad, a prescindir de la sexualidad, para no superpoblar el universo, habida cuenta de que con el agotamiento del planeta el espacio habitable quedará severamente restringido?

Es lo que hay, como diría aquel castizo, o aquel Aznar de las Azores.

¿O quizá es solo una pesadilla que atormenta al escritor israelí Yuvl Noah Harari?

Honorio Cadarso es periodista

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1 Comentario

  1. Pedro

    Los hombres pertenecen a la tierra, no la tierra a los hombres.

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