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90 años de servicio??? y fin

90 años de servicio??? y fin

Las últimas semanas han transcurrido en medio de un sosegado trasiego en el convento de las Siervas de Jesús de la calle Intxaurrondo de Durango. Tratándose de un traslado, la descripción parece paradójica, pero se explica perfectamente en un ambiente en el que no conocen el teléfono móvil y donde las horas se suceden a un ritmo lento.

Quedan seis monjas en el convento. La más joven, de 79 años; la mayor, de 92. Se sienten ya sin fuerzas para seguir arreglándoselas solas y no hay vocaciones, por lo que no ven otra alternativa que el cierre. Cuando una enferma y es ingresada en el hospital, sus compañeras se ocupan de ella, pero les cuesta un triunfo desplazarse hasta la parada de autobús de Magdalena y viajar al hospital para pasar allí muchas horas.

Les toca hacer esto con frecuencia y acusan el desgaste de numerosos años de trabajo cuidando enfermos en todo Durangaldea y Amorebieta. Yendo allí donde se las solicitaba y velando de noche a las personas encamadas para que sus familiares descansaran.

La comunidad de Durango, fundada en 1922, cumple este año 90 desde su llegada. Ellas inventaron la asistencia domiciliaria que luego ha institucionalizado la Diputación en otro formato.

Las monjas que más tiempo llevan en Intxaurrondo, sor Rosa Zearsolo y sor Mercedes Ogara, 30 y 54 años, respectivamente, reciben a durangon.com con una amplia sonrisa. Ya todas jubiladas tienen tiempo de charlar durante una hora y de hacerse fotografías en sus lugares favoritos: la imagen de su “madre fundadora”, sor María Josefa, y una plantación rebosante de kiwis junto al río.

Cuidado de enfermos

Algo que hubiera sido impensable cuando dedicaban las noches al cuidado de los enfermos y los días a dormir, a rezar y a los trabajos en la comunidad. Que todos juntos eran menos penosos que muchos de sus destinos anteriores.

Sor Rosa, originaria de Atxondo, empezó su vida religiosa en Vallecas, en un momento en que el barrio era un hervidero de problemas. Su padre no quería dejarle ingresar en la vida religiosa, pero ante su empeño acabó cediendo. “Sólo pidió que en caso de necesitarlo pudiera cuidarlo y se cumplió su deseo. Pasó siete meses en cama antes de morir y yo estuve a su lado. Como no podía verme si me tumbaba en la cama adycente, me echaba con un colchón en el suelo”.

De Vallecas llegó a Neguri y pasó por Cruces y Cabieces. Casas y clínicas varias completaron su itinerario antes de recalar en Durango. Aquí ha trabajado de cuidadora de enfermos y en los últimos años también de cocinera. Además, se ha ocupado de la huerta, asesorada por vecinos de los alrededores. “A pesar de ser de caserío no sabía nada de cultivar y la primera vez que puse unos ajos se me pudrieron”, ríe. Después ha plantado de todo. Incluso ha criado caracoles y se ha hecho famosa por su buena mano para cocinarlos.

Según coinciden tanto ella como sor Mercedes, en todos estos años se han sentido muy queridas por los durangueses, que las han ayudado siempre que lo han necesitado. Fue una vecina de la villa quien sufragó las obras de la capilla y después, hace cerca de treinta años, se organizó un partido de pelota para recaudar fondos con los que arreglar su tejado.

Para rematar, el pintor local Pablo Ramos les ‘lavó la cara’ de la fachada e incluso tuvieron la colaboración de un testigo de Jehová en esta tarea. “Había un obispo que tenía un taller en Goienkale y Pablo le dijo que tenía que cederle gratis los andamios”, relata sor Rosa, divertida, sin desdibujar una casi perenne sonrisa.

“Otros están peor”

El rostro de la religiosa sólo se ensombrece cuando comenta las penurias que viven en estos momentos muchas familias. “No puedo soportar lo de los desahucios”, clama. Le cuesta también digerir las necesidades que está pasando mucha gente con la crisis o la falta de cariño que sobrellevan muchas personas mayores.

Comparado con eso, los impedimentos que soportan ellas por la edad o el tener que dejar su querida casa de Durango le parecen minucias. “Yo siempre digo que otros están peor. Gracias a Dios, nos valemos por nosotras mismas”. Aparte de estas dos monjas, componen la comunidad sor Carmen Martínez, de Santo Domingo de La Calzada; sor Dolores García, de Bernedo (Alava), sor Enriqueta Rodríguez, del Ferrol, y sor María Eugenia Iza, de Dima.

Por estas fechas ultiman sus traslados a las residencias de Neguri, La Naja (Bilbao), Gasteiz y Donostia. Y las habrán despedido con tristeza las numerosas amistades que han cosechado entre la vecindad y en el pueblo. “Hemos trabajado hasta donde hemos podido, ahora toca descansar y rezar”, zanja sor Rosa, que lo fía todo a “lo que Dios quiera”, sin ningún atisbo de sentimentalismo.

 

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0 Comentarios

  1. Biotza

    Eskerrik asko bene benetan. Han dado su vida para cuidar de nuestros familiares y nunca han pedido nada a cambio.Un ejemplo de humildad, bondad.

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  2. Roberto

    Mi agradecimiento a estas monjas que han ayudado a tanta gente.

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